7/8/18

Desde el AIRE


    Era ya tarde, pero iba ligero y rápido, lo más rápido que me era posible; a la carrera, siempre que era capaz. Sólo. Me crucé y adelanté a tres grupos de montañeros en toda la aproximación y uno sólo en todo el tramo de ascensión final por el largo empinado cordal que, mientras coge altura, va subiendo y bajando entre valles y collados. Al último grupo, que lo formaban cuatro personas, a las que tras avistarlas en el segundo de los tres collados, por los que había que pasar, pude observarlos avanzando pausadamente, debido en parte al esfuerzo que les suponía ir abriendo huella por los neveros que aún quedaban de la que había sido una primavera excesivamente fría, y, en la otra parte, por que se les veía en continua y animada conversación, por lo que me fue fácil alcanzarlos y superarlos aprovechando un atajo fuera de la ruta que flanqueaba una gran dolina. Sin llegar a distinguirles las caras vi que eran dos parejas. La nieve se me colaba fría por los "playeros" de montaña que yo llevaba, pero en cuanto salía a las rocas, al calor del sol, enseguida se me calentaban los pies a la espera del frío del siguiente nevero. Tras el tercer collado, una amplia bajada por una ladera de tierra mullida, hacia una majada, antes de la última y más fuerte y prolongada subida me permitió comer un poco mientras corría aprovechando el descenso para aumentar el ritmo. Era la obsesión: mantener un ritmo fuerte. Repuestas algunas fuerzas comencé a subir, a trazar diagonales donde la subida era muy pendiente, y a buscar líneas directas donde el camino parecía ceder en su ímpetu, todo para forzarme a mantenerme exhausto durante la subida, para saber que lo estaba dando todo, que no me reservaba nada, que no le tenía miedo al esfuerzo, y a probarme si sería capaz de superar los momentos de flaqueza sin llegar a parar, sólo con el juego mental del autoengaño y la determinación. Hasta que llegué al collado cimero. Eché entonces la vista hacia atrás, pero no hacia abajo, sino hacia la ladera que llevaba a mi espalda, por la que hacía unos minutos que había bajado corriendo y comiendo, para coger la referencia de la distancia que llevaba con el grupo de dos parejas que había adelantado y al que imaginaba ya a media bajada, sin llegar a ver a nadie, e imaginé que habían renunciado a la cima y se habían dado la vuelta. De ahí a la cima fue la última lucha por no parar en el intento de subir lo más rápido posible, notando como las piernas se endurecían por el esfuerzo acumulado y se resistían a avanzar con la ligereza que yo pretendía, obligándome a concentrarme en activar y desactivar cada músculo para poder subir las últimas rampas, con la agradable sorpresa al encontrarme con la cima más pronto de lo que estaba calculando. Bebí un poco de agua mientras observaba como me rodeaba un horizonte de cimas, más altas, seguro que algunas con mejores vistas, pero que no serían para este día, pues el objetivo era disfrutar del esfuerzo concentrado en una única subida. Comencé a bajar con precaución. No veía a nadie. Todo el cordal para mí sólo, creía. La bajada cada vez más empinada, más rápida, toda la atención focalizada en donde poner bien los pies y en echar el peso sutilmente hacia atrás, por si tenía una caída. A medio camino de la ladera cimera, vi dos bultos que se movían un poco por encima de la majada que antecede al último tramo de subida, pero fuera del camino normal. Si eran los del último grupo que adelanté faltan dos, pero estaban asomándose por la arista, por lo que sus compañeros tendrían que estar ocultos por detrás de esta. Me salí de la línea directa que con la imaginación había trazado para una bajada directa por rápida, por observar si tenían algún tipo de problemas. La avanzadilla era de dos mujeres metidas en tierra de nadie, como buscando descubrir un camino más ligero del que obligaba la montaña, y pronto aparecieron tras ellas los dos chicos que me faltaba, descansando sentados sobre unas piedras, por debajo de ellas, pero metidos en uno de los caminos, que serpenteantes suben a la cima. Rectifico la bajada para volver a descender lo más directo posible.
 
    Entonces, en un momento dado, veo que encontramos alineados, a mi derecha, primero ellas, como a doscientos metros, se los están pensando y enseguida deciden dar la vuelta, cincuenta metros más allá ellos siguen descansando. A mi espalda, el sol empieza a declinar. Es entonces cuando lo veo todo directamente desde un punto cenital que se va moviendo conmigo, adelantándose hacia donde yo miro. Las vuelvo a ver a ellas, ellos desaparecen tras la arista, yo corriendo directo hacia la majada, el sol bajo, la majada que se acerca, y el sin fin de pequeñas variantes que van surgiendo en el descenso. En un momento dado, remontando el collado, y durante un breve espacio de tiempo volvemos a estar los tres grupos viéndonos. Soy a la vez la visión cenital de todo el conjunto y el que solo observa al grupo de cuatro y el que me avisa de los escalones de piedra que van surgiendo en el descenso. Estoy arriba, estoy abajo, estoy de frente, y también estoy en la cima viendo el descenso por el cual ahora retomo la subida y me veo en lo alto del collado desde el punto en el cual pararé para ver por última vez el camino por el cual bajé y aprovecharé para ver por donde se encuentran las dos parejas, que se pararán a descansar mientras exponen sus dudas sobre si con el ritmo que llevan les dará tiempo para poder hacer la cima. Tengo la atención puesta en todos los lados, pero en ninguno en concreto, solo me doy cuenta de esto cuando pierdo este "fluir" al notar como el corazón desbocado por el esfuerzo me pide atención desconcentrarme ante la imperiosa necesidad de respirar con profundidad. Ellos seguirán pensándoselo durante un tiempo, pues solo el regreso desde ese punto conlleva un ascenso muy fuerte hacia el último collado del que descendieron, donde ahora me encuentro yo jadeando con la sonoridad de una vieja locomotora de vapor. El Sol bajo hace que una luz primaveral inunde todo de un tomo anaranjado que invita a la contemplación serena de la belleza de las montañas. Sé, porque ya lo vi mientras bajaba, que se quedarán disfrutando del silencio,  y aprovecharán que yo ya no estoy para sentirse un poco más en armonía con la montaña, con su silencio. Que renunciarán a la cima y que regresarán al coche con el anochecer, y las dos chicas sacarán ambas sendos frontales para no tropezarse con las piedras escondidas que al principio de la noche junto con el relajo al llegar al final de la excursión pueden truncarles los planes inmediatos

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