22/9/13

En FIRENZE

  

    Pretendía escribir una crónica lejana al uso formal, relatando los detalles de una visita desde un punto de vista fronterizo con el cinismo. Del tipo de: 
"Para alguien acostumbrado al prerománico asturiano, Florencia es de una suntuosidad abrumadora, muy de... nuevos ricos".


   O también podía haber escrito algo más extenso, relatando las bondades del goce estético de la ciudad: "Subir a la iglesia de S. Miniato Al Monte, y poder contemplar la belleza del románico mejor conservado de toda la Toscana, casi en soledad. Bajar a la cripta con el tiempo justo para poder escuchar los últimos minutos de una misa cantada en gregoriano por viejos monjes y, al salir, contemplar, la luz del atardecer deslizándose sobre las fachadas de la ciudad, a la vez que se encienden las primeras luces al anochecer.



 Entrar en el Baptisterio o subir a la linterna del Duomo, pasear por su cúpula, teniendo al alcance de la mano los impresionantes frescos sobre el juicio final; Sólo puede ser superado por la indolencia de estar en una fresca suite del hotel, mientras me recreo en la lectura una novela de Benito P. Galdós, (-Miau-, en la que arremete, ya en el siglo XIX contra la administración moribunda de España, plagada de nulidades) con las amplias puertas del balcón abiertas de par en par a la ciudad y al río Arno, mientras de fondo se perciben diluidos bajo el calor de agosto los ruidos y la voces de los turistas".

 
   También barajaba la posibilidad de entrar más en el detalle, que hace distinta una mirada de otra, fuera ya de los clasicismos propagandísticos oficiales sobre las descripciones de las iglesias, estatuas o monumentos varios. Más centrada en momentos de ensoñación vividos, viendo actuar a la naturaleza, indiferente al bullicio, del tipo:
"Una grulla sobrevuela el río directo hacia el Sol que quiere ocultarse tras el Ponte Vecchio y demora, manteniendo la  expectación hasta el último instante, la decisión de si lo sorteará sobrepasándolo bajo los arcos o sobrevolando los tejados de las colgantes joyerías. Sobre la alegoría de una paloma, vulgar, que se refugia, también al atardecer, entre los pliegues del manto de una Madonna en la fachada de la catedral".

   Incluso con un carácter más humanista se podría comentar que:
"la simpatía de la gente y su espíritu empático, mientras a la vez tienes la sensación de que te están metiendo el codo, de no saber vivir sin meter presión". O de "el joven botones, de origen indio, que por la noche, con una sonrisa afranca y amable, detiene la ruidosa aspiradora al percibir como me acerco, y deja de limpiar una moqueta que ya de tan desgastada deja traslucir el suelo de madera".



   Pero en Florencia, esto, no se puede. Solamente con entrar en la "pequeña" Capella Dei Principe -gozo indescriptible, y saturación para los sentidos-, con esa perla codificada para iniciados que es el mausoleo de los Médicis, abruma y sobrepasa lo esperado, no nos deja más opción que abdicar en el empeño, de rendir toda y cada una de las naves, y de disfrutar de cada "pequeño" descubrimiento que atesora, para admiración y asombro, esta ciudad y su historia.


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